• Tratamientos
  • viernes, 20 de enero de 2017


    Miedo a perder el control o volverse loco



    El temor a perder el control sobre el propio pensamiento, conducta o impulsos, es frecuente en los trastornos de ansiedad. Si la ansiedad guarda relación con la percepción del sujeto de verse desbordado, respecto de su capacidad y recursos, por las demandas y exigencias del medio (externo o interno), es natural que dicha experiencia se equipare a pérdida de control sobre uno mismo o sobre el medio: cuando tenemos una dificultad pero es asumible, nos consideramos con los recursos, apoyos, y capacidad para hacerla frente, decimos, en términos coloquiales, que “tenemos un problema, no está resulto, pero está controlado”. Si, por el contrario, nos vemos excedidos o desbordados decimos que “tenemos un problema, no esta resuelto, ni bajo control”, es decir nos sentimos a merced de las circunstancias.
    Es probable que la ansiedad altere los pensamientos de conducta, incluso algunos que normalmente “salen solos” sin que medie la conciencia en su producción, ya sea por tratarse de respuestas autónomas, o bien automatizadas tras un proceso de aprendizaje y entrenamiento: la articulación y fluidez del habla, la atención y concentración, la respuesta sexual, la conciliación del sueño, etc. La percepción de dichos fallos, crea dudas en la persona que los experimenta sobre su adecuada regulación y produce desconfianza sobre el normal y correcto funcionamiento de sus funciones y facultades.
    En algunos casos, la ansiedad genera, como parte de sus síntomas y manifestaciones, una sensación de extrañeza e irrealidad, como si estuviéramos viendo la realidad a través de un cristal o “como en una película”, como si nos sintiéramos ajenos a nosotros mismos (despersonalización) o al entorno (desrealización).

    El temor a volverse loco


    En algunos casos, ese sentimiento de descontrol, desorden o irrealidad, se equipara a la idea de trastornarse o volverse loco. En casos extremos este miedo está en la base de las llamadas “fobias de impulsión, que se caracterizan por la percepción de un alto riesgo de perder la cabeza, trastornarse, en un momento dado y, como consecuencia, hacer algo grave e irreversible, como tirarse desde al balcón, , hacer daño a niños u otras personas con cuchillos, o de otras formas, empujar a alguien al tren o a la calzada al paso de los coches, etc. La presunción de que podría trastornarse, lleva al individuo a estar especialmente alerta y evitar aquellas circunstancias (balcones, jugar con niños pequeños, etc.) dónde, si se llegara a perder la razón, las consecuencias fueran más graves e irreversibles. No es que tenga intención de hacerlo y haya de vigilarse para impedirlo (como a veces piensan los propios pacientes). Todo lo contrario: lo último que quisieran que pasase en el mundo es eso, y por ello, quieren estar advertidos y prevenir los riesgos para que ni siquiera en un supuesto “momento de locura” pudieran hacerlo. Digamos que en cierto modo, se ha dado al cerebro la orden de que no se olvide de ese riesgo –por otro lado absolutamente inexistente-, y dispare las alarmas cuando las consecuencias de la supuesta pérdida de la razón pudieran ser extremas. En consecuencia, el sistema de avisos y advertencias asociado al mecanismo de la ansiedad hace que vengan reiteradamente al pensamiento imágenes o ideas al respecto, muy particularmente cuando estamos frente a circunstancias más críticas (presencia de cuchillos, alturas, etc.). Estos pensamientos, que confunden e importunan al individuo, son efecto de extremados sistemas de prevención, sin embargo son tomados por el sujeto como si fueran impulsos internos o pensamientos perversos que les llevarán a hacer lo que no quieren.  Aunque no tienen nada que ver, muchas pacientes interpretan estos fenómenos como indicadores de estar sufriendo, o llegar a sufrir, trastornos mentales de tipo psicótico, como esquizofrenia. Es imposible volverse loco como consecuencia de crisis de pánico u otros trastornos de ansiedad.


    Cómo funcionan las fobias de impulsión?


    Como hemos comentado, uno de los principios básicos de las fobias de impulsión es la ansiedad, por lo que en periodos en los que la persona se encuentre más ansiosa, preocupada o estresada es más probable que estas ideas recurrentes le aparezcan con mayor frecuencia e intensidad.
    Estas fobias funcionan por asociaciones, un día veo una noticia en la televisión, leo un artículo inquietante sobre un acto violento o una situación en la que consideramos que la otra persona ha perdido el control y comenzamos a plantearnos “y si yo también perdiera el control” “¿sería capaz de hacer esto?” Acompañando el pensamiento en muchas ocasiones nos podemos imaginar a nosotros mismos en acción realizando el acto que tememos que pueda pasar, es como si nos viéramos a nosotros mismos haciéndolo, hecho que activa todas nuestras alarmas, ya que no solo lo hemos pensado sino, que nos hemos visto haciéndolo. Por lo que comenzamos a entrar en un bucle en el cual nos imaginamos haciendo daño a otras personas, perdiendo el control, nos asustamos de nosotros mismos y de lo que pensamos que podríamos llegar a hacer, esto aumenta muchísimo nuestra ansiedad y nuestras obsesiones se fortalecen ya que se alimentan de nuestro miedo de que eso  que estamos pensando podamos llegar a hacerlo.
    Por todo esto las personas que padecen fobias de impulsión tienden a evitar ciertos lugares, o situaciones, esconden los cuchillos o las tijeras en la casa para no tenerlas a mano y poder dañar a nadie, o evitar sitios elevados, como azoteas, balcones, ya que son lugares que les ponen más nerviosos y tienen fuertemente asociados a este tipo de pensamientos, esto a la larga fortalece mas la obsesion y el miedo, y se generan mas represiones hacia lugares o situaciones contituyendo la "paradoja del miedo" .
    Este estado de tensión y preocupación constante por lo que uno puede o no puede llagar a hacer acaba desgastando muchísimo a la persona y generándole unos sentimientos de culpabilidad muy grandes, ya que se acaban considerando “malas personas” de lo contrario no pensarían de esta manera o en esas acciones.

    Tipos de pensamientos en las fobias de impulsión


    Los tipos de pensamientos dentro de las fobias de impulsión generalmente son muy intensos y moralmente muy fuertes, ya que generalmente están relacionados con hacer daño a otras personas más vulnerables, de forma que están indefensas ante la persona que tiene la fobia de impulsión, por lo que si realmente perdiera el control la víctima no podría detenerlo, elemento que aún aumenta más la ansiedad, ya que si yo no me controlo el otro no me podrá detener. 

    Estos son algunos ejemplos de pensamientos típicos de las fobias de impulsión.

    • Miedo a hacer daño a otra persona con un cuchillo, u otra arma
    • Miedo a saltar o empujar a alguien por un balcón, a las vías del tren…
    • Miedo a hacerle daño a mi hijo, o mi bebé
    • Miedo a ahogar a mi bebé mientras lo baño
    • Miedo a atropellar a alguien de forma intencionada


    La paradoja del miedo


    Con el título paradojas del miedo queremos referirnos a intenciones, formulaciones, actitudes, tentativas, operativas, que ofrecen resultados opuestos a su propia lógica o pretensión, generando bucles que no tienen salida  o solución en los términos en que están formulados. El esfuerzo por salir del miedo lo acentúa, finalmente. 

    Las formulaciones paradójicas están en la base de muchas estrategias contraproducentes en el afrontamiento de los problemas de ansiedad. Su reformulación, la rotura de su circularidad, y su transformación en problemas con salida forman parte de los recursos terapéuticos para superarlos. A continuación algunas conjeturas sobre la paradoja del miedo y la ansiedad:

    • Para su seguridad permanezcan asustados

    La persona que se siente en peligro se enfrenta a una compleja disyuntiva. Puede optar por ignorarlo, mirar para otro lado, olvidarse. De esta manera estaría menos angustiado, pero, por otro lado, más expuesto a  sufrirlo por no ocuparse de prevenirlo o vigilarlo. Puede optar por no perderlo de vista, tenerlo presente, no distraerse con otros asuntos, para así controlarlo mejor, no verse sorprendido, ponerse a salvo. Este proceder, sin embargo, le tendrá permanentemente alerta, angustiado, con la cabeza llena de posibles ocurrencias y derivas del peligro, y el cuerpo poseído por la correspondiente respuesta fisiológica autónoma de lucha-huida-parálisis. Si, además, la persona en cuestión se sintiera asustada por estos síntomas, se produciría un doble salto mortal en el bucle de la paradoja. Mirar los síntomas los despierta, no  hacerlo  llevaría a sentirse a su merced. 
    Así pues, para sentirse seguro tendría que preocuparse. Pero si se preocupa, no estará tranquilo. Si no se preocupa, estará tranquilo, pero no se sentirá seguro. Darse cuenta de que está tranquilo, le  llevará a pensar que se ha despreocupado, quizás temerariamente…
    A mayor inseguridad mayor control, a mayor control mayor inseguridad
    El temor a perder el control sobre el propio pensamiento, conducta o impulsos, es frecuente en los problemas de ansiedad. En cierto modo, este sentimiento, o pre-sentimiento, es consubstancial a la experiencia de ansiedad elevada. Si la ansiedad guarda relación, como hemos señalado, con la percepción del sujeto de verse desbordado, respecto de su capacidad y recursos, por las demandas y exigencias del medio -externo o interno-, es natural que dicha experiencia se equipare  a pérdida de control sobre uno mismo o sobre el entorno. Es probable que la ansiedad altere la ejecución de repertorios de conducta, incluso algunos que normalmente salen solos sin que medie la conciencia en su producción, ya sea por tratarse de respuestas autónomas o bien automatizadas tras un proceso de aprendizaje y entrenamiento: la articulación y fluidez del habla, la atención y concentración, la respuesta sexual, la conciliación del sueño, etc. La percepción de dichos fallos  crea dudas en la persona que los experimenta sobre su adecuada regulación y produce desconfianza sobre el normal y correcto funcionamiento de sus  facultades y funciones. 
    Ante la inseguridad que genera la propia ansiedad, y la eventualidad de que se produzcan actos o intervenciones fallidas o deficientes, el sentido común nos dicta un socorrido antídoto: aumentar el control.
    Alertados por el incremento de errores, algunos pacientes deciden, entonces, someter a control directo y voluntario acciones o secuencias de acción que normalmente venían produciéndose automáticamente, sin esfuerzo consciente de realización.  Así, es posible que la persona afectada trate de regular  la concentración forzándola, de modo que en realidad se está concentrando sobre el propio fenómeno de la concentración, en detrimento de lo que se quiere atender; forzar  o vigilar el sueño, actividad que en la práctica impide conciliarlo. Pero si no lo hace, si no lo intenta ¿Cómo podrá regular algo que de suyo está apareciendo de manera alterada y que le perjudica?
    Si, por miedos e inseguridades sociales, una persona se comporta de manera inhibida, rígida y poco natural, tal vez se dé la orden de ser espontáneo, imponiéndose las conductas tenidas por tal, pero entonces deja  de serlo. Algo tiene que hacer no obstante, si no lo intenta estará cortado y acartonado. 
    De nuevo la persona con ansiedad se enfrenta a un contrasentido desconcertante: Si no aumenta el control no ganará confianza, pero si lo aumenta será menos efectiva. Entonces no ganará seguridad. Tendrá que aumentar el control…


    • Fortalecer al oponente combatiéndolo


     Las personas con niveles altos de ansiedad, por un motivo o por otro, suelen sentirse frecuentemente tomadas al asalto por pensamientos importunos y amenazantes, síntomas difíciles de sufrir y sentimientos desagradables. Con cierta frecuencia la respuesta de la persona consiste en tratar de combatirlos para que se vayan, pelearse con ellos para que, al menos, no ganen terreno, tratar de contrarrestarlos. Si no lo hace así teme que se apoderen de ella y le traicionen en el momento más inoportuno o inesperado. Pero mientras los combates, los hace el juego, cobran fuerza o se transforman en otros más horrorosos, y vienen más a la cabeza o a las tripas. Podría optar por  dejarse atravesar y esperar que pasen, aceptarlos, darlos por normales  y convivir con ellos. Pero si no se tienen en cuenta a la hora de tomar decisiones y adquirir compromisos, quizás después no los podamos asumir. Más si  la persona toma sus decisiones en función de ellos les da un poder que no quisiera o no debiera darles. ¿Qué hacer entones pelearse, aceptar?.

    • Un sistema de alarma que se asusta de su propio ruido


    Los síntomas intensos, y a veces inesperados, de la ansiedad, que en sus manifestaciones más extremas vienen acompañados de la sensación de pérdida inminente de la salud física o del control, son efecto del miedo pero, a su vez, comúnmente, se convierten para la persona en la mayor fuente de temor y angustia. Es el fenómeno del miedo al miedo. La ansiedad se convierte, así,  en un sistema de alarma que se alerta por su propio ruido, por sus propios efectos. Las manifestaciones de ansiedad son el peligro a vigilar, y en esa misma vigilancia consiste la alerta y la ansiedad. Llegados a este punto la persona aquejada tiene muchas dificultades para convivir con síntomas originados por la ansiedad normal y adaptativa, o con síntomas parecidos a los de la ansiedad y motivados por causas no patológicas  actividad física, por ejemplo-, o bien generados por el propio estado de alerta ante la posible aparición de dichos síntomas. La persona entonces, se mueve entre dos posiciones básicas  o estados: se encuentra bastante bien -si no aparecen los síntomas en absoluto o está en contexto seguro si aparecieran- o, por el contrario, se encuentra bastante mal -si aparece la más mínima manifestación-. En este caso se despierta un gran temor a que los síntomas lleguen a extremos altos e inadmisibles. Las manifestaciones del miedo se convierten en la mayor fuente de inseguridad, frente a las que hay que estar alerta.

    • Cuando las medidas de protección angustian 


    Las conductas más frecuentes frente al miedo son la evitación y la búsqueda de condiciones de seguridad -por ejemplo permanecer acompañado, o en lugar a salvo-. 
    Estos procedimientos proporcionan una notable sensación de seguridad y protección, reduciendo el malestar, sin embargo, por otro lado, se convierten en una jaula de oro que genera dependencias, pérdida de autonomía, limitación del desarrollo personal, condicionantes negativos para terceras personas; condiciones que a la postre generan profunda insatisfacción y angustia. Las medidas básicas para sobrevivir no dejan vivir. La forma de adaptarse a los acontecimientos en lo elemental, resulta desadaptativa en lo esencial.

    Tratamiento de las fobias de impulsión


    Las personas que tienen fobias de impulsión, padecen enormemente. Como hemos visto, se sienten culpables, con una baja autoestima, temerosos de lo que puedan hacer, ansiosos, y se comportan de forma evitativa, por lo que acaban teniendo una interferencia en su vida diaria muy importante.
    Los tratamientos que han demostrado mayor efectividad para este tipo de problemas de ansiedad es la terapia cognitivo conductual, basada tanto en los pensamientos que tiene la persona (cognitivo) como en el control de sus acciones (conductual). Mediante esta terapia las personas aprenden a controlar los pensamientos que le vienen así como ganar seguridad y herramientas conductuales para cerciorarse que no van hacer nada que ellos no quieran hacer aunque esa idea les haya venido a la cabeza.
    Si cree que padece fobias de impulsión o conoce a alguien que le ocurre no duden en consultar con un especialista de confianza, su problema tiene solución.


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